02 junio 2020

El valor para los coleccionistas de las máquinas de escribir antiguas

Tiempo de lectura
7 min.
Secciones de la noticia

Será por el sonido que emiten las teclas al ser pulsadas o por el timbre al llegar al final de la línea; quizá sea por su diseño o por el encanto que guardan. Nada concreto y a la vez todo. Sea lo que sea, la realidad es que las máquinas de escribir antiguas son uno de los objetos de coleccionistas más valorados y buscados.

El origen de las máquinas de escribir

Estructural y funcionalmente hablando, la máquina de escribir es un aparato mecánico, electromecánico o electrónico creado a partir de un conjunto de teclas que al ser presionadas imprimen caracteres en un papel. En el siglo XIX y gran parte del XX, estas piezas fueron una importante herramienta de trabajo, de tal forma que se creó una profesión para aquellas personas que las usaban: los mecanógrafos.

Aunque las máquinas de escribir ahora se consideran objetos obsoletos, en su día fueron una auténtica revolución en las oficinas, que en el siglo XIX empezaron a tener mucha importancia. Aunque por aquel entonces existía la imprenta, esta no servía para toda la correspondencia que se necesitaba enviar en cadena. La solución, un principio, era hacer a mano cada carta hasta que llegó la máquina de escribir, un gran avance que permitió agilizar el proceso de las comunicaciones y las relaciones sociales.

Al principio la demanda era muy escasa porque el objeto era muy pesado y, además, bastante caro. Su popularización llegó de la mano de la casa Remington en 1888 con concursos de velocidad mecanográfica. Esto tuvo mucha repercusión en los medios, lo que desembocó en una promoción y publicidad gratuita y efectiva.

Con la llegada del ordenador, la máquina de escribir perdió su utilidad y pasó a ser un objeto de coleccionistas. El periodismo, la literatura, el teatro, el cine y muchos puestos de trabajo han podido escribir y transmitir sus historias gracias a este revolucionario invento.

Coleccionistas de máquinas de escribir

Ya hemos visto que las máquinas de escribir vivieron su momento de gloria en el siglo XX y, a día de hoy, se han convertido en objeto de deseo de muchos coleccionistas. Además, esta mitomanía alrededor de estas piezas, ha provocado que se genere un negocio a su alrededor.

Las máquinas de escribir antiguas son las más valiosas dentro de este mercado. La fabricación en serie de estas herramientas de comunicación empezó en 1935 y, por eso, las de mayor valor son las que se fabricaron antes de esta fecha. En concreto, las de 1890 son las más raras y valiosas, ya que eran fabricadas en pequeñas series y eran únicas e inigualables.

De entre ellas, destaca la Malling-Hansen Writing Ball de 1867, una creación de Rasmus Malling Hansen, valorada por la rapidez de escritura que permite su diseño ovalado. También la Blick Electric, la Thürey, la Thurber Kaligraph o la Fitch Typewriter de 1891, entre otras. Todas estas máquinas de escribir vintage son vendidas por los coleccionistas por miles de euros.

Los textos escritos a máquina conservan cierta originalidad y conservan una esencia muy especial. Las máquinas de escribir convierten cualquier texto en romántico, especial e, incluso, bohemio. Los apasionados de estas máquinas buscan romper con la tendencia actual de los dispositivos móviles y quieren conservar la personalidad de los escritos a máquina.

Los coleccionistas disfrutan buscando piezas singulares y no descansan hasta adquirirlas. Los hay quienes están enamorados de su anatomía y su teclado, otros de su diseño industrial y rudimentario. Sea como fuera, este era un producto de lujo en el siglo XIX y convirtió la escritura en magia. Gracias a este invento toda la sociedad evolucionó.

Cartas de amor, panfletos políticos, documentos oficiales, sobres, talones, novelas. Un sin fin de escritos que pudieron ver la luz y perduraron en el tiempo gracias a las máquinas de escribir, objetos propios de la arqueología tecnológica que marcaron una era y que, hoy en día, coleccionarlos, se ha convertido en un estilo de vida.

Otro de los motivos para coleccionar estas reliquias es la intención de preservar su historia y la de todas las personas que se ganaron la vida con ellas. Es el caso de los comerciantes que vendían y reparaban las máquinas de escribir. En su día era un trabajo artesano y todo un reto, ya que las piezas de repuesto eran muy complicadas de encontrar.

En definitiva, los coleccionistas sienten verdadera pasión por estos objetos: valoran su esencia y ven belleza donde otros solo ven piezas antiguas sin importancia. Los coleccionistas saben que las máquinas de escribir tienen una historia que contar. Hace años eran ellas las que permitían a las personas transmitir sus pensamientos y emociones; hoy son las personas quienes permiten que las máquinas de escribir sigan contando su historia.

Su historia

A lo largo de todo el siglo XIX hubo muchos intentos por revolucionar el mundo de la escritura, y así se refleja en las múltiples patentes que se registraron de máquinas de escribir. El modelo más célebre es el que el británico Henry Mill creó en 1714, el primer acercamiento a lo que hoy conocemos de este aparato.

No obstante, no fue hasta 1868 cuando el estadounidense Christopher Latham Sholes creó y patentó la primera máquina de escribir realmente funcional, que luego pasaría a manos de la empresa armamentística Remington. Sholes aprovechó la cinta entintada que ideó un escocés y le añadió el mecanismo que traslada el golpe al tipo que se ha de imprimir.

Un paso más allá se dio en 1890, cuando un norteamericano consiguió que, por primera vez, el mecanógrafo viera lo que estaba escribiendo en el papel. Otro punto de inflexión fue la introducción de la máquina eléctrica, impulsada en 1873 por Thomas Alva Edison pero sin llegar a comercializarse.

En 1961 IBM logró una pequeña revolución al sustituir las varillas con los tipos por una esfera giratoria con los caracteres incorporados que se desplazaba sobre la superficie del papel. Tres años más tarde, la compañía creó una máquina con memoria que permitía corregir errores y hacer copias. En España, el alicantino Abelardo Toledo Carchano registró la patente de la que sería la primera máquina de escribir española en 1912.

Elementos de decoración

Hoy en día es más fácil y práctico escribir a ordenador, pero hay textos que merecen una escritura especial. Las cartas personales, las notas de cariño, los poemas, las novelas… La tinta se impregna en el papel para siempre, dotando a las palabras de sentimiento, de personalidad y de belleza.

Mientras que los correos electrónicos se leen una vez y nunca vuelven a los ojos del destinatario, los mensajes mecanografiados guardan algo especial, una carga emocional muy importante que hace sentir igual de especial al receptor del mensaje cada vez que lo lee. Escribir a máquina es un arte y, en muchas ocasiones, una fuente de inspiración para los escritores.

Ahora que su utilidad inicial no está valorada en el mundo globalizado y digital en el que nos desenvolvemos, las máquinas de escribir vintage han empezado a formar parte de los elementos de decoración de despachos y salones, como un  símbolo de lo retro y de las cosas con encanto.

La decoración ha dado una segunda vida a estos preciados objetos al introducir piezas antiguas en entornos modernos, aportando un toque de estilo, elegancia y personalidad propia. Las máquinas de escribir conservan la magia de una época pasada, donde todo era sencillo.

Si eres un apasionado o apasionada de las antigüedades, el arte y el coleccionismo no dudes en visitar Antik Passion Almoneda en IFEMA MADRID. Un escaparate de miles de objetos de colección y piezas únicas de otras épocas llenas de historia, recuerdos y contrastes.