Fecha de publicación
13 agosto 2025

Del Tamagotchi a ChatGPT: así ha cambiado nuestra relación con la tecnología

Tiempo de lectura
6 min.
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Desde el pitido insistente de un Tamagotchi hasta las respuestas contextuales de ChatGPT, la tecnología ha acompañado y modelado generaciones enteras con una intensidad pocas veces vista en la historia.

Lo que comenzó como juguetes electrónicos, objetos pequeños, portátiles, diseñados para divertir y enseñar una noción elemental de cuidado, se ha ramificado en ecosistemas digitales que condicionan la forma en que trabajamos, pensamos y nos relacionamos.

Esta transformación no es solo tecnológica: es también cultural, afectiva y política. En este artículo exploraremos ese trayecto generacional, sus aprendizajes y sus tensiones, y trataremos de medir qué perdimos, qué ganamos y qué debemos cuidar.

La infancia digital de una generación

La infancia digital de quienes nacieron entre finales de los ochenta y mediados de los noventa estuvo salpicada por aparatos que, aunque limitados técnicamente, resultaban enormemente significativos afectivamente.

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Tamagotchi: el primer drama digital

El Tamagotchi fue pequeño en tamaño pero enorme en efectos simbólicos. Aquella pantalla monocromática y esos botones definieron para muchos la primera experiencia de responsabilidad fuera del entorno familiar: alimentar, curar, entretener. El drama, que podía resolverse con una pila nueva o con un momento de atención, tenía una intensidad emocional real para quien lo vivía.

Aprendimos a anticipar consecuencias y a sentir culpa o alivio según la atención prestada. Más allá de la anécdota, el Tamagotchi introdujo una lección persistente: los objetos digitales pueden requerir cuidado y, por tanto, implican estándares éticos sobre nuestra relación con lo no humano. Esa sensibilidad básica está en la base de cómo interpretamos hoy las demandas de los sistemas que nos rodean.

Game Boy, Messenger y el sonido del módem

La Game Boy encarnó otra forma de intimidad tecnológica, el juego portátil ofrecía mundos que se dominaban a fuerza de práctica y paciencia. A su lado, el sonido del módem se convirtió en himno generacional: la conexión al mundo era un ritual que requería tiempo y cierta rutina.

MSN Messenger, con sus ventanas y sonidos, institucionalizó la charla en tiempo real y la vida social extendida hasta la madrugada. Esas experiencias moldearon dos rasgos clave: la tolerancia a la espera (por partidas largas o por descargar archivos) y la habilidad para interactuar en espacios mediáticos que exigían aprender códigos propios (nicknames, emoticonos, estados). Ambos rasgos serían cruciales en la transición a redes más rápidas y omnipresentes.

La adolescencia conectada

Fotolog, Tuenti y los primeros memes

En la adolescencia, el deseo de ser visto y de formar parte de una comunidad encontró plataformas específicas. Fotolog permitió cultivar pequeños universos visuales; Tuenti concentró redes locales y escolares; los memes comenzaron a circular como chistes compartidos que articulaban identidades.

Estas prácticas enseñaron a generaciones jóvenes a negociar exposición y privacidad en términos prácticos, seleccionar fotos, escribir pies de foto que funcionaran socialmente, leer señales. Además, los memes, aunque eran rudimentarios en formato, mostraron el poder de la cultura participativa: la viralidad es una forma de conversación colectiva que moldea sentido común.

De MSN a los primeros smartphones

El paso de MSN a los primeros smartphones fue el de una socialidad que dejó de depender de un sitio físico para activarse. Ahora las conversaciones, las noticias y las decisiones nos seguían. Los smartphones consolidaron la idea de la disponibilidad constante y cambiaron rituales, comer con amigos ya no era un espacio exclusivamente presencial, las reuniones se interrumpían por mensajes y las identidades se construían también en pantallas pequeñas.

Ese periodo fue decisivo para aceptar la horizontalidad de la comunicación digital y para aprender a gestionar reputaciones en espacios simultáneamente públicos y privados.

La adultez millennial y la llegada de ChatGPT

¿Cuándo dejamos de jugar y empezamos a automatizar?

No hubo un día exacto, sino un desplazamiento gradual, primero externalizamos acciones sencillas (recordatorios, alarmas), luego procesos administrativos (banking online, compras) y finalmente tareas cognitivas (resúmenes, borradores).

La automatización se naturalizó cuando ofrecía eficiencia inmediata; escribir más rápido, analizar datos en menos tiempo, producir ideas para proyectos. El cambio cultural ocurre cuando delegar deja de verse como trampa y se convierte en práctica productiva. Aquí surge una tensión: delegar puede liberar tiempo creativo, pero también arriesga erosionar habilidades si la externalización se vuelve reflexiva y permanente.

La IA como compañera de vida

ChatGPT y modelos similares presentan una forma de compañía diferente, no buscan sustituir relaciones humanas, pero pueden ocupar espacios de conversación, acompañamiento informativo y ayuda práctica. Para profesionales, son herramientas que aceleran tareas; para estudiantes, fuentes de inspiración (y a veces de tentación); para personas solas, interlocutores ocasionales.

El reto es mantener claridad sobre límites, entender qué puede aportar una IA y qué exige la intervención humana para validar, contextualizar y tomar decisiones éticas.

Reflexión final: ¿hemos ganado o perdido?

La pregunta no admite una respuesta binaria. Hemos ganado en acceso al conocimiento, en posibilidades creativas y en nuevos modos de colaboración que permiten proyectos antes imposibles. Hemos perdido, en varios casos, formas de atención sostenida, espacios de error no mediado y ciertas prácticas de paciencia.

La clave está en la deliberación, diseñar hábitos y políticas que favorezcan la alfabetización crítica, que protejan la privacidad y que promuevan interfaces respetuosas con el tiempo humano. Si conseguimos negociar estos marcos, podremos convertir la dependencia en colaboración, el ruido en significado y la velocidad en oportunidad para pensar mejor.

Al fin y al cabo, la historia que va del Tamagotchi a ChatGPT es también la de nuestra capacidad para redefinir qué tipo de relación queremos con las herramientas que creamos.

Por último, si estás empezando a descubrir las bondades del uso de la IA Generativa quizá te apetezca profundizar más en el mundo de ChatGPT.

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