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Fecha de publicación
14 agosto 2025

¿Qué es la seguridad alimentaria en Europa y por qué el sector hortofrutícola es clave?

Autor
Álvaro Bárez, periodista agroalimentario
Tiempo de lectura
8 min.
Secciones de la noticia

Descubre qué es la seguridad alimentaria, cómo se mide y por qué el sector hortofrutícola juega un papel clave para garantizar alimentos seguros y de calidad.

¿Qué es la seguridad alimentaria en Europa?

Definición y objetivos de la seguridad alimentaria

La seguridad alimentaria comprende el conjunto de normas, procedimientos y controles que garantizan que los alimentos que llegan al consumidor sean inocuos, nutritivos y etiquetados con veracidad. Su objetivo principal es proteger la salud pública evitando intoxicaciones, brotes y la presencia de contaminantes físicos, químicos o microbiológicos en la cadena alimentaria.

Esto exige vigilancia desde la producción primaria hasta la distribución y el punto de venta (el enfoque conocido como “De la Granja a la Mesa”) con herramientas como el análisis de riesgos, la trazabilidad y los sistemas de retirada rápida. Más allá de minimizar riesgos sanitarios, la seguridad alimentaria protege los derechos del consumidor, refuerza la confianza en el mercado y facilita el comercio intracomunitario.

Su eficacia depende de recursos adecuados, formación continuada, comunicación clara con la ciudadanía y supervisión externa e independiente, elementos esenciales para anticipar y gestionar nuevos peligros emergentes, como las resistencias antimicrobianas o los efectos del cambio climático.

Marco legal y regulatorio en la Unión Europea

En la Unión Europea, el marco jurídico en materia de seguridad alimentaria pivota sobre el Reglamento (CE) nº 178/2002 que define principios y responsabilidades, crea la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) y sitúa el análisis de riesgos en el centro de las decisiones públicas. Esa normativa obliga a los operadores a garantizar inocuidad y trazabilidad, prevé la retirada y el etiquetado de productos y articula el Sistema de Alerta Rápida para Alimentos y Piensos (RASFF).

La Comisión dicta normas de aplicación directa y coordina controles en frontera para importaciones; los Estados miembros ejecutan inspecciones, sanciones y programas de vigilancia. En España, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) coordina actuaciones y publica guías técnicas. El principio de precaución permite medidas provisionales ante incertidumbre científica y la EFSA ofrece dictámenes técnicos que orientan la gestión del riesgo.

¿Cómo se mide la seguridad alimentaria?

Indicadores clave para evaluar la seguridad alimentaria

Medir la seguridad alimentaria exige indicadores que combinen datos epidemiológicos, resultados de control y señales tempranas en la cadena de suministro. Entre los más relevantes figuran la incidencia de enfermedades transmitidas por alimentos (brotes y casos notificados), el número y la severidad de alertas comunicadas al Sistema RASFF y los resultados de muestreos oficiales sobre contaminantes químicos —pesticidas, micotoxinas, peligros microbiológicos...

También influyen las tendencias en resistencias antimicrobianas relacionadas con alimentos, la proporción de controles oficiales con no conformidades, los rechazos en frontera y la rapidez en los procedimientos de retirada y comunicación al público. Indicadores de laboratorio y métricas de trazabilidad completan el cuadro. La comparación temporal y la interconexión de datos entre autoridades, laboratorios y servicios de salud pública son indispensables para priorizar medidas preventivas y mantener la confianza ciudadana. Así, la transparencia en la publicación de datos y la colaboración transfronteriza son esenciales.

Factores que influyen en la seguridad alimentaria europea

La seguridad alimentaria europea está condicionada por una mezcla de factores estructurales, ambientales y económicos:

La globalización de las cadenas de suministro y factores como los aranceles.

La complejidad logística

La presión por reducir costes

La variabilidad climática que modifica la aparición de plagas o micotoxinas

La resistencia a antimicrobianos.

En España, el sector hortofrutícola ha dado muestras de liderazgo: por ejemplo, numerosas explotaciones en el arco mediterráneo han implementado sistemas de producción integrada y certificaciones GlobalG.A.P., logrando niveles muy bajos en residuos de plaguicidas; asimismo, cooperativas de Murcia y Almería han invertido en trazabilidad digital y en laboratorios propios que permiten detectar precozmente contaminantes microbiológicos. También destacan iniciativas en Cataluña donde productores han colaborado con universidades para desarrollar variedades más resistentes al estrés hídrico, reduciendo la necesidad de pesticidas.

A nivel institucional, la AESAN y las comunidades autónomas han reforzado los controles oficiales y las auditorías en campo y empaquetado, garantizando cumplimiento normativo. Estos esfuerzos, apoyados por innovación, formación y colaboración público-privada, permiten que productos hortofrutícolas españoles gocen de gran confianza tanto en los consumidores nacionales como en mercados de exportación, contribuyendo a mitigar riesgos y fortalecer, en definitiva, la seguridad alimentaria.

El papel del sector hortofrutícola en la seguridad alimentaria

Aporte de frutas y hortalizas a la seguridad alimentaria

Las frutas y las hortalizas son más que un componente de la dieta: son uno de los pilares de la seguridad alimentaria al garantizar aporte de vitaminas, minerales, fibra y agua que sostienen la salud poblacional y reducen la vulnerabilidad frente a deficiencias nutricionales. Su consumo habitual contribuye a prevenir enfermedades crónicas y mantiene la calidad nutricional de las raciones diarias, por lo que la disponibilidad, inocuidad y accesibilidad de estos productos son determinantes para la seguridad alimentaria.

Al mismo tiempo, muchos hortícolas se consumen frescos, sin procesos térmicos que eliminen microorganismos, lo que obliga a controles específicos en campo, postcosecha y distribución para evitar riesgos microbiológicos y químicos. En España, la solidez del sector hortofrutícola, con una producción y exportación que sostienen mercados nacionales y europeos, refuerza la capacidad del país para aportar volumen y diversidad al abastecimiento comunitario.

Ejemplos de productos clave y su impacto

En el mapa hortofrutícola español hay productos que ejercen un efecto doble: aportan nutrientes y sostienen cadenas de suministro críticas. El tomate, el pimiento, la fresa, la naranja, el pepino o la lechuga son ejemplos que alimentan dietas saludables y, al mismo tiempo, representan una porción relevante de las exportaciones españolas, clave para la seguridad de mercados europeos.

La pervivencia comercial de estas hortalizas exige una logística impecable —preenfriado, cadena de frío y trazabilidad— para mantener inocuidad y vida útil; prácticas que compañías y cooperativas aplican con resultados visibles en calidad y reducción de rechazos en destino. Iniciativas concretas, como el empleo de preenfriado en campo por empresas hortofrutícolas en Murcia/Alicante y la digitalización del cuaderno de campo para mejorar trazabilidad y planificación, son ejemplos reales que mejoran la seguridad alimentaria al reducir pérdidas y acelerar la respuesta ante alertas. La fortaleza comercial del sector y estas prácticas convergen para elevar tanto la disponibilidad como la confianza del consumidor.

Adaptación al cambio climático

El calentamiento global, la proliferación de olas de calor y la escasez de agua en momentos puntuales reconfiguran el riesgo alimentario y obligan al sector hortofrutícola a adaptarse sin sacrificar inocuidad ni calidad. La respuesta en España combina investigación genética, gestión hídrica y digitalización: programas de mejora varietal y colecciones genéticas que buscan pimientos y otros cultivos más tolerantes a altas temperaturas y estrés hídrico, infraestructuras de riego modernizadas y proyectos de desalación y reutilización de aguas para regadío y la incorporación de sensores y control climático en invernaderos que permiten mantener condiciones seguras de producción.

Proyectos y centros de investigación españoles ya impulsan materiales genéticos y demostradores que prometen reducir la dependencia de insumos y proteger rendimientos, al tiempo que mitigan riesgos sanitarios asociados a estrés abiótico y nuevas plagas. Integrar estas soluciones con los marcos de gestión de riesgo de la UE es una oportunidad para fortalecer la resiliencia y preservar la seguridad alimentaria a medio plazo.

Reducción del desperdicio alimentario

Reducir el desperdicio en frutas y hortalizas mejora directamente la seguridad alimentaria: más comida útil disponible y menos pérdida de recursos que sostienen la producción. En España hay señales positivas: informes oficiales y proyectos europeos impulsan descensos y soluciones concretas, desde mejoras en postcosecha y embalaje hasta herramientas digitales que pronostican vida útil y optimizan logística, lo que reduce tanto pérdidas económicas como riesgos sanitarios ligados a productos deteriorados.

Un ejemplo relevante es un consorcio liderado por la Universidad Politécnica de Cartagena que desarrolla tecnologías (cámaras solares, recubrimientos comestibles, IA para monitorizar vida útil) para reducir hasta un 40 % del desperdicio en tomates y pimientos en entornos mediterráneos; en paralelo, cooperativas y empresas impulsan donación organizada y valorización de subproductos para cadenas más circulares.

Todas estas prácticas, cuando se acompañan de control oficial y transparencia, aumentan disponibilidad de frutas y hortalizas y minimizan puntos críticos en la cadena.