Un viaje multiespecie: ¿Cómo creamos un “nosotros” en las familias no solo humanas?
Las mascotas tienen cada vez mayor presencia en los hogares españoles, donde son consideradas un miembro más de la familia
Hablamos de animales y familias
A nadie se le escapa que los animales de compañía han ganado presencia en los hogares españoles durante las últimas décadas. Las cifras son muy ilustrativas: más del 40% de los domicilios cuentan con al menos un animal no humano y ya tenemos más perros y gatos que humanos menores de edad censados (Instituto Nacional de Estadística, 2021; Veterindustria & ANFAAC, 2021).
El cambio no sólo se refleja en los números, sino también en el estatus reconocido a estos animales no humanos. La literatura coincide en que la mayor parte de las personas que participan de estudios sobre el vínculo humano-animal consideran que estos animales son “parte de la familia”: por citar un ejemplo reciente (Bouma et al., 2022), tres cuartas partes de las personas que conviven con gatos los consideran “familiares” (52%) o “niños” (27%). En ese sentido, parece que los animales de compañía han conquistado nuestros hogares.
Sin embargo, el mundo de las relaciones multiespecie no es tan sencillo. Cuando uno recurre a la literatura científica, resulta difícil encontrar una definición clara de qué quiere decir “ser parte de la familia”. Además, es sencillo ver que no todas las convivencias son iguales: a la vez que en España se aprueban leyes para salvaguardar su bienestar, el problema del abandono animal sigue estancado (Fundación Affinity, 2022; Ley 7/2023, de 28 de marzo, de Protección de Los Derechos y El Bienestar de Los Animales, 2023).
Por lo tanto, es necesario profundizar más allá de las etiquetas para entender cómo encajan los animales no humanos en diferentes modelos de familia. Y la respuesta, por supuesto, no puede ser única. ¡Exactamente lo mismo que cuando hablamos de relaciones humanas!
Cambios sociológicos: la familia en transformación
En primer lugar, necesitamos dar un poco de contexto, porque las familias multiespecie, más allá de ser multiespecie, son familias. Así que corresponde empezar hablando de estudios de familia.
La mayor parte de nuestra población se cría en familia, de modo que las familias son unidades muy importantes para la sociología (Furusten, 2023). A pesar de su presencia y centralidad dentro de nuestra cultura, definir qué es una familia resulta difícil, como ocurre con otros elementos de nuestra vida cotidiana. Porque, ¿cómo se define qué es una mesa? ¿Porque tiene un tablero sobre el cual apoyar cosas? Hay mesas decorativas que pueden no cumplir con el requisito; ¿Porque tienen patas? Las hay que están ancladas a una pared; ¿porque tienen un valor funcional concreto, como el de permitir escribir o comer encima? Quien ha vivido en un piso de estudiantes sabe que, cuando la mesa está ocupada, uno come en cualquier sitio…
La mayor parte de las mesas tienen ciertas cosas en común, pero dar una definición compartida para todas es muy complicado. Algo similar pasa cuando intentamos definir qué es una familia: podemos elegir aspectos muy diversos que dan lugar a descripciones muy diferentes.
Por citar algunos ejemplos, tenemos propuestas que se centran en su estructura (una familia se conforma de todas las personas que conviven en un mismo hogar), con sus funciones (la familia ofrece cuidado y apoyo), con el reconocimiento social (familia son aquellas personas reunidas enlazadas por vínculos legalmente reconocidos) y un largo etcétera. También hay definiciones que se centran en la percepción personal (familia es el grupo donde vivo y crezco, con independencia de aspectos legales, convivencia y otros aspectos).
La cuestión es que, aunque todas estas definiciones coexisten en la literatura, elegir una u otra es una cuestión peliaguda porque conecta con nuestros valores personales. Por eso, aunque las familias españolas son cada vez más diversas (Meil et al., 2023), a nadie se le escapa que ciertos modelos de familia tienen más aceptación que otros (Hintz & Brown, 2020). Aún a día de hoy, las personas que consideran a sus animales de compañía uno más de la familia se enfrentan con frecuencia a comentarios que ponen en duda o devalúan su estructura familiar. Todos conocemos términos peyorativos que se usan para criticar a quien se desvía del discurso hegemónico, incluyendo memes como el de la persona loca de los gatos (Fox & Gee, 2019; López-Cepero, 2024).
Por lo tanto, el tema de si los animales de compañía son parte de la familia -y en qué sentido- tiene su controversia. Así, mientras que la mayor parte de la literatura coincide en que muchas personas los consideran un miembro más, otras tantas tienen sus dudas. Nosotros nos preguntamos, ¿son todos los animales de familia parte de la familia?
Una visión interactiva de la vinculación entre humanos y otros animales
Al igual que pasa en las relaciones entre humanos, el vínculo entre humanos y otros animales no es universal ni inmediato. ¿Cuánto puede tardar tu cuñado en ser considerado parte de la familia? Algunos más, otros menos… y otros tienen verdaderas dificultades para verse como miembro de pleno derecho. Pues con los animales de compañía pasa algo similar.
La mayor parte de la investigación que podemos consultar se pregunta cosas como ¿vivir con gato alarga la vida? ¿ayudan los perros a generar empatía en los menores? Esta forma de presentar la pregunta hace parecer que convivir, por sí mismo, es suficiente para que se cree un vínculo determinado. ¡Casi como si el animal fuera una pastilla! La socióloga estadounidense Leslie Irvine ha dedicado parte de su carrera a explorar cómo el vínculo humano-animal se desarrolla a lo largo de la experiencia, adaptando la teoría del interaccionismo simbólico de GH Mead a nuestra convivencia con animales de compañía.
De un modo muy sintético, podemos decir que el interaccionismo simbólico parte de la premisa de que nuestro conocimiento nace de la interacción con otros seres. Esto sería cierto para conocer a los demás, pero también para conocerse a sí mismo: nosotros integramos lo que somos a través de las reacciones y mensajes que otros nos dan. Por lo tanto, lo que somos viene determinado por el grupo de pertenencia, es construido a través del contacto social. Según Irvine, esto mismo se da cuando interactuamos con los animales no humanos.
Lo vemos con un ejemplo. Pensemos en un bebé. Un niño muy pequeño no sabe gran cosa del mundo, necesita interactuar con él para poder desarrollar sus capacidades cognitivas. La experiencia directa es una gran maestra, pero otras cosas las aprenderá a través de experiencias prestadas, narradas oralmente por las personas que lo cuidan; nuestras historias le harán saber si el mundo es un lugar seguro o uno que asusta, o si siempre estaremos allí para apoyarlo o si depende de sí mismo.
Llegados a este punto, es sencillo plantear una crítica: los humanos aprenden a hablar, otros animales no lo hacen*. Así que, ¿por qué vamos a aplicar esta teoría a la interacción entre especies? Pues porque aquí nos interesa el proceso por el cual el bebé pasan a ser considerados individuos únicos y parte del grupo. Irvine considera que este proceso, que se inicia mucho antes de poder hablar, es paralelo para animales humanos y no humanos. En especial, habla de cuatro indicadores o elementos que ayudan a conformar la unicidad del individuo, sea de la especie que sea (Irvine, 2012, 2023):
- Agencia (o agencialidad): se refleja en la intención de iniciar interacciones y modificar el entorno. Dicho de otro modo, el bebé adquiere, paulatinamente, intenciones reconocibles, lo que denota control voluntario sobre la propia conducta.
- Coherencia individual: conforme más interactuamos con el bebé, más previsible se vuelve su conducta. Cuando reconocemos que un individuo tiene una forma de comportarse que es diferente al resto, propia, más sencillo es reconocerlo como alguien único.
- Afectividad: reconocer distintos estados emocionales ayuda a entender que, más allá de un cuerpo, hay una persona (self).
- Sentido histórico (historia compartida): conforme se desarrolla, el bebé da muestras de que recuerda y diferencia entre personas y contextos, ajustando su conducta y emoción. Además, compartir vivencias genera una historia compartida, una narrativa que llamaremos “recuerdos”.
Dicho de otro modo, cuantas más de estas señales reconocemos en el bebé, más lo consideramos como alguien único, parte del grupo. Y más invertimos en su crianza y desarrollo, incluso cuando no pueden mantener una relación simétrica (ni hablan ni nos cuidan). La relación no aparece por arte de magia: se trabaja, crece y muta a través de la convivencia.
La pregunta ahora es, ¿y de verdad esto ocurre con animales de compañía? Vamos a ello.
* [Dejaremos este tema aparcado, porque las limitaciones de esta afirmación también son interesantes de explorar].
Indicadores de individualidad en animales de compañía
Así pues, tenemos una propuesta teórica interesante sobre la mesa. La cuestión es ver si de verdad las personas que conviven con animales de compañía reconocen este tipo de interacción como algo relevante dentro de su experiencia. ¿Y cómo se comprueba esto? Pues yendo por partes.
En la primera etapa, hemos desarrollado un proyecto mediante entrevistas grupales, denominado ANIFAM (animales y familias). Uno de los artículos estuvo dedicado, precisamente, a ver cómo estos indicadores aparecen a lo largo de la convivencia (López-Cepero et al., 2025a). Vemos algunos de los indicadores más claros:
- Aunque la llegada del animal a casa suele venir determinada por las decisiones humanas, es posible encontrar algunos indicadores de agencia y afectividad ya en el primer contacto. Algunas personas hablan de cómo el gato les siguió a casa, o cómo tuvieron que adoptar a un perro porque su reacción al verlos en la protectora los demostraba, a ojos del humano, su conexión.
- A lo largo de la convivencia, de manera paulatina, las rutinas de la casa comienzan a amoldarse. Eso no implica que todos los animales gocen de la misma centralidad: algunos se ven obligados a acomodarse a los ritmos humanos, mientras que otros ven cómo el domicilio ajusta sus espacios y calendarios para permitir al animal expresar su naturaleza. En esta convivencia, algunas familias generan una interacción intensa, dando lugar al reconocimiento de la unicidad del animal de compañía y a su individualidad, lo que se acompaña de un mayor estatus; mientras, otras familias van a interactuar menos, van a percibir menor individualidad y van a mantener al animal en un estatus claramente inferior, subsidiario al de los miembros humanos.
- En la convivencia pueden aparecer eventos que, en poco tiempo, provoquen cambios en la relación: la muerte de un familiar, el nacimiento de un bebé… pueden suponer un reto y obligar a reconfigurar la estructura familiar. En estos casos, la literatura suele decir que los animales pueden perder su sitio o privilegios (Shir-Vertesh, 2012); sin embargo, nuestros resultados puntualizan que este riesgo aparece cuando las familias no han generado un vínculo fuerte; cuando se reconoce la unicidad del animal, su estatus tiende a mantenerse estable, con independencia de estos eventos.
- Cuando el animal fallece, la intensidad del duelo se relaciona con la calidad de la relación, entendida como esa unicidad (selfhood) reconocida al animal. En la investigación suele hablarse de la intensidad del vínculo (apego) como variable central para entender este duelo, pero el selfhood puede ser más relevante: con el tiempo, las relaciones pueden ser menos pasionales o efusivas, pero compartir un proyecto común te hace insustituible -y eso es cierto para una pareja y para el vínculo humano-animal-.
Resumiendo: Implicaciones para el futuro de la antrozoología
Por lo general, la prensa suele asumir que los animales de compañía son parte de la familia, pero esto no debe darse por supuesto. Algunas personas lo sienten así, mientras que otras consideran que el animal está un escalón por debajo en importancia (justo lo mismo que tu cuñado, vaya).
Cuando investigamos, pensar en qué me aporta convivir con un animal sin preguntar qué significa el animal para mí tiene muy poco sentido, pero es un error frecuente; igual que ser socio de un gimnasio no implica que hagas deporte, convivir con animales de compañía no implica que establezcas una relación fuerte.
Es importante desarrollar más estudios donde se ponga en el centro esta vinculación. También es importante dejar de describir la relación interespecie sólo desde lo que el humano ve (el apego que siento, la empatía que tengo, la antropomorfización que realizo), porque coloca a los animales no humanos en una posición de objeto, pasiva; en realidad, la relación sólo puede entenderse a través de la interacción, así que es conveniente usar diseños de investigación que permitan dar un papel activo a los animales no humanos.
Por eso, el proyecto ANIFAM continua en marcha, adentrándose en su segundo paso: generar herramientas que ayuden a contemplar esta visión. Si el tema te interesa, puedes seguir nuestros avances en la web de nuestro grupo de trabajo (HABIER) o puedes contactar con nosotros en [email protected].
Autor: Javier López-Cepero Borrego, Profesor Titular de Universidad. Dpto. Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos. Universidad de Sevilla (España).
Fuente: Artículo publicado el 25/11/2025 en el blog digital de la Cátedra de Animales y Sociedad de la Universidad Rey Juan Carlos.