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22 marzo 2022

Un mapa para perderse.

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Los mapas son objetos fascinantes, y quizá su mayor atractivo resida en que nos permiten abarcar de un vistazo países exóticos y lejanos, y nos facilitan el poder transportarnos a lugares imaginarios o reales que quizá nunca lleguemos a visitar. 

La palabra mapa procede del latín mappa que significa pañuelo, (El mundo es un pañuelo) y casualmente este ha sido uno de los soportes utilizados para fabricarlos, entre otros muchos otros, como pueden ser la arcilla, el mármol, el pergamino o el papel.

Su evolución a lo largo de la historia ha ido en paralelo a la de los avances científicos que han hecho que fuesen ganando en precisión, pero es indudable que, aunque ello supone una ventaja a la hora de calcular nuestra posición, con esa necesaria practicidad, paulatinamente han ido perdiendo elementos decorativos, desapareciendo de ellos bestias fantásticas, lugares y tribus imaginarias y relatos mitológicos o religiosos, con los que los cartógrafos medievales iluminaban las primeras cartas portulanas. 

Los cartógrafos han sido a la vez artistas y científicos, y ante la imposibilidad material de representar en un plano una superficie curva como es la de la tierra, personajes como Ptolomeo, Leonardo da Vinci y Mercator, se vieron obligados a buscar soluciones imaginativas y a idear sistemas de coordenadas y proyecciones con fórmulas matemáticas más o menos precisas, pero nunca exactas, y elegidas siempre en función del uso que tendrían esos mapas. Esta imperfección, oculta pero inevitable, puede que los haga aún más atractivos a ojos de los humanos, al ver nuestra propia naturaleza reflejada en ellos.

Su diseño ha variado notablemente desde la simplicidad de las tablillas mesopotámicas y los mapas en T y O hasta la exitosa complejidad del plano del metro Londres, más parecido a una placa electrónica y que desde los años 30 del siglo XX ha sido imitado en casi todos los mapas de transporte urbano a nivel mundial. En esa transformación también han pasado de ser objetos de lujo, solo al alcance de determinadas élites, a ser imprescindibles para gran parte de la población en sus desplazamientos cotidianos. 

Los mapas son creados con diferentes finalidades, que pueden ir desde la navegación, la enseñanza, la recaudación de impuestos, e incluso la propaganda política, pero independientemente de su valor como documento histórico, muchos de ellos pueden disfrutar de una segunda vida por su alto valor estético y hoy en día se han convertido en imprescindibles elementos de decoración.

Al poseer uno, podemos proyectar en él nuestros anhelos e ilusiones, sintiéndonos en parte dueños de todo lo que abarca, y haciendo que, por un momento, seamos conscientes de lo grande y a la vez pequeño que puede llegar a ser el mundo.

Miguel Arévalo Merino