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18 marzo 2022

La simbiosis entre la economía colaborativa y el mercado del arte: El valor del beneficio colectivo.

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La economía colaborativa representa, en cierta medida, una vuelta al sistema preindustrial. En aquel entonces, las personas vivían en pequeñas comunidades donde se compartían los recursos disponibles, se llevaban a cabo inversiones de mecenazgo y, el trabajo a cambio de alojamiento y comida estaba a la orden del día. Este cambio brusco de dirección actual, desde una sociedad hiperconsumista hacia una en la que el acceso prima sobre la propiedad, no solo ha modificado industrias como la hotelera o la de los transportes, sino que ha transformado también el mercado del arte, que ahora cuenta con nuevas herramientas para desarrollarse. Este sistema colaborativo, basado principalmente en poner en contacto a personas con un excedente de recursos y aquellas en busca de estos, va más allá de compartir un coche o una vivienda, ya que también puede proveer de fondos a artistas que buscan expandir o difundir su obra. 

Pese a la poca historia con la que cuenta la economía colaborativa, esta ya ha llamado la atención a nivel mundial en el mundo de los negocios, principalmente debido a su popularidad y generalización de uso, pero también por su rápida expansión, no solo en términos de internacionalización, sino también entre las distintas industrias. Tanto es así, que en el foro de discusión sobre el galerismo “Talking Galleries” se debatieron, entre otros temas, lo que significa ser coleccionista en el siglo XXI y cómo la economía colaborativa puede llegar a transformar el mercado del arte, concluyendo que, además de los métodos tradicionales de inversión en arte, ahora se cuenta con herramientas como puede ser el crowdfunding que facilitan el mecenazgo y el desarrollo del arte.

Además, dentro de las plataformas disponibles bajo el modelo de consumo de la economía colaborativa ya se cuenta con algunas de ellas cuyo propósito es poner en contacto a anfitriones, en busca de creatividad, con artistas en busca de alojamiento. Este es el caso de, por ejemplo, Artvl, una aplicación web en la que pintores, grafiteros, diseñadores o fotógrafos, entre otros, ofrecen su creatividad y saber hacer a cambio de alojamiento. De esta manera, los artistas no solo consiguen poder acceder a alojamiento en países como Portugal, Canadá, China o Turquía, sino que además pueden hacer llegar su obra a un público potencial mucho mayor, lo cual puede desembocar en una mayor popularidad y comisión de obras. Por otro lado, los alojamientos, además de apoyar a los artistas en el desarrollo de su carrera profesional, pueden obtener un estilo único e irrepetible en sus establecimientos, lo cual puede suponer una fuente de ventaja competitiva frente a sus competidores.

Estos son solo dos de las decenas de ejemplos que existen sobre cómo la economía colaborativa está modificando y mejorando el mercado del arte en sus distintas aristas: creación, difusión y gestión de la propiedad. Sin embargo, solo será posible alcanzar todo el potencial que este nuevo sistema de consumo ofrece si las posibilidades inherentes al mismo llegan a todos los grupos de artistas posibles, asegurándose de que estos cuenten con la información necesaria para aprovecharse de los medios y recursos a su disposición, así como a los mecenas, alojamientos y usuarios en general, haciéndoles llegar las nuevas maneras de inversión en arte con las que se cuentan.

En definitiva, extrapolando a este sector lo ocurrido en otras industrias, podemos decir que esto solo es el comienzo de un movimiento que, a día de hoy, cuenta con pocas barreras a su desarrollo. Una simbiosis que genera un gran beneficio colectivo.

Diana Benito-Osorio

Cristina Pérez-Pérez

Universidad Rey Juan Carlos